Monday, October 30, 2023

Ponette: saltar y coger un recuerdo

“Podemos morirnos, pero hay que morir vivo”

Estaba pensando en una película para finalizar el mes de octubre, y qué mejor película para víspera de Todos los Santos que "Ponette" (1996), de Jacques Doillon.

Para cualquier persona, la muerte de un ser querido supone un duro golpe, y para la pequeña Ponette, la repentina desaparición de su madre es una ausencia insoportable a sus cuatro años de edad.

El sentimiento de soledad y abandono de Ponette apenas son aliviados por los bienintencionados intentos de los adultos para consolarla… Ponette quiere que su madre esté con ella y no le sirve que le digan que su mamá esté feliz en el cielo o que su papá está con ella y la quiere mucho también: Ponette sólo quiere que su mamá vuelva.

Ponette es llevada a una escuela/internado rural con sus primos. En su tristeza no tiene ganas de jugar, y ello no siempre encuentra la comprensión de los otros niños y niñas, alguno de los cuales llega a ser bastante cruel. Sólo encuentra consuelo en su muñeca Yoyotte (una muñeca de trapo, tal vez una manualidad de su difunta madre).

Las teorías de sus pequeños compañeros sobre la muerte no parecen mucho más informadas que las de los adultos, pero los niños viven en un mundo mágico en el que los caramelos pueden ser el vehículo de un hechizo de amor o un instrumento inocentemente necromántico, donde la capilla del colegio ("La habitación de Dios", en descripción infantil), bañada en una sobrenatural luz roja, es un lugar en el que puedes comunicarte directamente con el Todopoderoso (Sin querer destripar nada, diré que el color rojo aparece más adelante en la película, asociado a lo prodigioso).

La misteriosa "Chambre de Dieu"


Por sugerencia de su primita, Ponette habla con una de las niñas del colegio, Ada, que es judía y por eso “lo sabe todo de Dios y de Jesús” y le podrá ayudar a responder a sus preguntas. Ada(1) hace pasar unas pruebas a Ponette, para obtener el poder de hablar directamente con Dios y pedirle que vuelva su mamá, aunque en este entrenamiento de marines místico apto para parvulitos, no se estudia la Cábala sino que se juega a “el suelo es lava”.

Ponette es interpretada fenomenalmente por Victoire Thivisol, toda ella desamparo y desconsuelo con un brazo escayolado que subraya su fragilidad. Como el elenco de intérpretes infantiles que la acompaña, su interpretación resulta veraz y espontánea bajo la dirección de Jacques Doillon, quien nos regala una historia en la que se nos anima a superar el duelo, pero sin menoscabarlo: La muerte se lleva a nuestros seres queridos, pero siempre podemos saltar y coger un recuerdo.

Notas:
1) Ada imitando la voz de Dios es irresistible: una precursora de Dory hablando Balleno

Sunday, October 11, 2020

El Sagrario Mecánico


En parte debido al Coronavirus, en parte debido a viajar en otoño, en mi periplo vacacional por tierras sorianas me encontré sin poder acceder a todos los sitios que quería visitar.

Uno de ellos era el Museo de La Venerable. Llegué al convento y, aunque la puerta estaba abierta, era sólo la entrada a la iglesia: el museo estaba cerrado.


El día era frío y lluvioso, hasta el punto que lamenté no haberme traído guantes. Fuera, el Moncayo lucía nivoso y coronado de nubes, lo cual a estas alturas del año me parecía asombroso desde mi perspectiva de aborigen de un lugar a mucha menos altitud y temperaturas más benignas. Recordé una lejana excursión a su cumbre, en la que no era dificil encontrar en ella restillos de aviones que se habían estampado en aquellas alturas, en días de poca visibilidad como el de mi visita.

Dentro de la Iglesia, a través de las rejas que la comunicaban con la zona conventual, llegaban cantos de las monjas. Me pareció que no sería mala idea resguardarme y descansar un rato. No entraba mucha luz del exterior, y aparte de unas pocas velas, sólo estaban iluminados el Sagrario y La Venerable, de cuerpo presente.



Dicen que su cuerpo está incorrupto, algo a lo que posiblemente contribuye el clima local, aunque el recubrimiento de cera sobre el rostro del cadáver, visible a través del cristal del féretro, ayudaba a mantener la ilusión de que la vida había abandonado ese cuerpo un instante antes: la faz de cera transmitía la placidez del sueño eterno. 

(Sobre el cajón de cristal que guarda el féretro había una estatua yacente de La Venerable replicando la pose del original que descansaba debajo ¿Tal vez esa doble presencia quiere representar sus episodios de bilocación?)


Mientras iba pensando estas cosas, las monjas habían dejado de cantar. Entonces oí un sonoro ¡CLAC! y se apagó la luz del Sagrario. Me quedé a solas con el cadáver incorrupto.

Al cabo de un momento se empezó a escuchar un ruidillo.


Ñigo-ñigo-ñigo-ñigo…


El ruido venía del altar y lo hacían unas puertecillas que poco a poco cerraban el espacio en el que se encontraba el Sagrario. No sé si estaban accionadas por una maquinilla programada a tal fin, o si una monja oculta le daba a una manivela para mover tan curioso mecanismo.

Las puertecillas del Sagrario se cerraron tras unos ñigo-ñigos más, ocultando su contenido a ojos profanos.


No sucedió nada más, después de todo me encontraba en un templo barroco y no en una película de la Hammer, pero al cabo de un rato marché dándole vueltas a los medios que la Contrarreforma utilizaba en su tiempo para pasmar y asombrar el espíritu, aturdiendo a los sentidos: luz, oscuridad, música, ruidos, ocultos mecanismos… Me pregunté que no haría la Contrarreforma con las herramientas de la actualidad, sin caer en que quizás ya lo está haciendo.


Afuera el día seguía desapacible.

Friday, May 22, 2015

Vote as you please, but please vote

Y miren como recicla: Usa una pistola de martillo ¡Qué apañá!
Le he tomado prestada a Rita Glyndawood esta encantadora foto de la simpática y sandunguera Jane Russell incitándonos a votar. Si, ya lo sé: votar, dicen los hueletendencias, no se lleva, es un acto viejuno y demodé.

Yo tuve un compañero de trabajo muy majo, muy currante y muy implicado en luchas sociales y de su barrio. Él no era de votar porque sentía que el voto estaba muy mediatizado por las mayorías y él prefería influir en su entorno con sus acciones. Me parecía una persona muy consecuente con sus palabras y lo encontraba francamente admirable. Cada vez que hay elecciones siempre tengo un mini debate con quienes son partidarios de la abstención por razones similares y, como él, gente comprometida con causas nobles.

Sin embargo, recuerdo una vez que mi colega rompió su voto de no votar, y muy sorprendentemente, por una formación mayoritaria por la que nunca le hubiera imaginado votando: él que ni tan sólo votaba a pequeños partidos con poquita representación que más o menos se acercaban a su tendencia política, pero que eran, en su opinión “unos vendidos”, él… pues votó una vez por puro voto útil a un megapartido alfa de mayorías. Tuvo miedo, me confesó, de que ganara el otro megapartido alfa: “De la gran seca a la gran remojada”, como hubiera dicho mi madre.

No quisiera generalizar sobre los abstencionistas, ya que ¿Cómo definimos esa bolsa de gente tan extensa (alrededor de un 40%, con fluctuaciones) cuando ellos, por definición, no se definen? Imagino que entre quienes no votan habrá quien lo hace por convicción, como mi antiguo compañero de trabajo, o por miedo a mojarse o miedo a sentirse defraudado, o por que prefieren ir a la playa (o la montaña) ese día, por que ya les está bien como están las cosas, o porque no les esta bien como están las cosas, pero se la suda todo, o tal vez por pura y simple pereza.

Recuerdo una compañera de trabajo, muy poco interesada por la política, que sin embargo votaba en todas las elecciones: "Yo no me creo a ninguno," me decía "pero mi abuela nunca pudo votar así que voto por los que hubiera votado ella de haber podido”. Ella votaba por reivindicar el derecho que su abuela no pudo disfrutar.

Que por supuesto, la democracia, tal como la conocemos por aquí, tiene sus trampas: la falta de inversión en educación se manifiesta en esas personas que declaran que votarían a una moza cuya fama se debe a haber estado coyundada con un destripabueyes, o que votan, e incluso se presentan en una lista, sin haberse leido el programa electoral, o esas abuelas que votarán a un guapito con pinta de yerno ideal pero cuyo programa reclama el recorte de sus pensiones… No hablemos ya de la Ley Electoral, las proporcionalidades que favorece la Ley d’Hondt y los presupuestos de partidos que saben que una campaña espectacular bien financiada da muchos más votos que un programa bien razonado (suena triste pero, oigan, eficacia demostrada, sobretodo para quien financia esas campañas y luego se cobra el favor).

Pese a estos peros, creo que la gente que desecha su opción de votar lo hace con demasiada alegría y más cuando votar, en tiempos pasados, era algo que no estaba al alcance de todos. Cuanto todos éramos vasallos, no se podía votar, y cuando se votaba, el voto estaba reservado para varones cualificados por su riqueza y estatus social: para votar tenías que ser propietario.

El voto no fue cosa de todos los hombres hasta la implantación del Sufragio Universal, en el Siglo XVIII, aunque en un país que siempre ha presumido de democracia como los Estados Unidos, ese derecho no estuvo al alcance de hombres no blancos hasta la segunda mitad del siglo XIX. Las mujeres no obtuvieron ese derecho en Occidente hasta el siglo XX, y en España aún no se ha cumplido el siglo del voto femenino (y creoque le tendríamos  que descontar el hiato de cuatro décadas en el que el derecho a sufragio lo tuvimos suspendido). 

Vengo a decir con esto que el derecho a votar no es algo que cayera del cielo, sino algo por lo que hubo que luchar para conseguirlo, como tu semana de 40 horas, tu jubilación o esos derechos (al trabajo, a la vivienda, a la sanidad) que te han ido recortando poco a poco: te han ido desplumando y te das ahora cuenta de que hace frío y no puedes volar.

Pienso ahora en la gente a la que el destrozo ocasionado por los saqueadores ha obligado a buscarse la vida en el extranjero: gente a la que le cuesta mucho papeleo llegar a votar por correo, y eso cuando tienen la opción. Mientras que por el otro lado, los saqueadores ponen su papeleta en manos de ancianos con alzheimer, “despistan” el DNI de la gente para votar por correo por ellos, compran el voto con favores meniales, bocadillos, globitos o viajes en autocar…

En fin, tu piensa, por un lado, en Jane Russell, tan salada, pidiéndote el voto, y por el otro, elforoloscoches (ese centro de gravedad permanente del cuñadismo patrio), dicen que «pa qué votá pudiendo 'abstenense'?». En fín, dispón de tu libre albedrío para decidir qué consejo sigues.

Saturday, February 21, 2015

El Gran Hombre nos visita


Mis conocidos me consideran una persona razonablemente normal, pero lo cierto es que un análisis conductológico certero diría que lo que soy en realidad es alguien con el poder mutante de aparentar en sociedad un nivel aceptable de salud mental. Añadiría que, pese a haber afirmado en alguna entrada anterior que soy en general buena persona hasta la tontería, algún que otro desliz de perfidia he cometido en mi vida. Por ejemplo, aquella vez que me colé en un evento lleno de prebostes al que no había sido invitada: Si, amigos míos, una vez fui una vil gorrona.

Hace ya unos cuantos años trabajaba como maquetista/grafista/chica-para-todo en una revista de prensa comarcal. Siguiendo un formato muy de moda entonces, la publicación iba trufada de los anuncios que la costeaban, salpimentados con alguna que otra noticia de ámbito local para disimular. A unas semanas del inicio de campaña de unas elecciones generales, uno de los periodistas que trabajaba conmigo recibió un fax notificando que un altísimo cargo gubernamental venía a visitar la comarca. No porque se acercaran las elecciones, no vayan a pensar mal, sino porque los miembros del gobierno gustan, de tanto en tanto, de abandonar sus sedes capitalinas y airearse un poco inaugurando cosas por los sitios.

A mi compañero le pareció interesante salirse de la típica noticia de pueblo, pero mi jefe le prohibió tajantemente asistir: el acto público del magno visitante coincidía con una presentación del ayuntamiento que para él era más relevante “en esta revista, muchacho, los anuncios me los ponen los alcaldes”[1]; a renglón seguido también le prohibió asistir al evento posterior, pese a que éste ya no coincidía con acto municipal ninguno: esto segundo ya me pareció a mí una táctica gorilera de mi jefe para humillar a un subordinado y asertar su posición como macho alfa de la empresa, práctica bastante enraizada en la península ibérica entre muchos empresarios que la entienden como "demostración de liderazgo”.

El caso es que tal situación me dió bastante rabia y de ahí me surgió una idea: le propuse al periodista asistir yo al acto (fuera de horas de trabajo y sin conocimiento del jefe), registrarlo, y pasarle el material al día siguiente para que pudiera escribir sobre algo más que no fueran las inauguraciones del señor corregidor que tanto ponían a nuestro patrón desde el punto de vista informativo. La idea era que tras unas horas se le habría pasado la tontuna al jefe y ya no tenía inconveniente en permitir a mi compañero lucirse en la redacción de una noticia más allá de la sosa crónica comarcal. He de confesar que también me impulsaba la curiosidad y, porqué no admitirlo, cierto anhelo de aventura: iba a tener la oportunidad de observar al natural y en directo a un prócer de esos que normalmente sólo ves por la tele, y en tanto que representante de la autoridad, pues también estaba el morbillo añadido de poder atravesar, por una vez, un círculo de adustos escoltas que normalmente no permiten el paso a los ciudadanos de a pie. Iba a sentirme como una sujeta peligrosa por un día, sip… ¡ojocuidiao conmigo!

Tras una intensa micromaratón destinada a gestionar el préstamo de una cámara y un cassete con grabadora, me encaminé a mi destino en transporte público, que en aquella zona no era (sigue sin ser) particularmente bueno, así que llegué tarde al acto pero no a la intervención estelar: Los Dioses, en su sabiduría, pusieron a las personalidades locales a hacer las tediosas intervenciones previas y me evitaron los minutos de plomo. Lo primero que me sorprendió fue lo desangelado del mitin: Los asistentes (corresponsales incluidos) no llegaban al centenar en una plaza dura que apenas había dejado de ser descampado, rodeada de edificios en construcción, promociones de extrarradio ideadas para quienes ya entonces huían de los exagerados precios de los pisos de la capital[2]. La concurrencia no plumífera era tirando a madura cuando no de una tercera edad francamente jubilada. El señor alcalde presentó al Gran Hombre y éste empezó a pronunciar su discurso.

El público en general estaba razonablemente amaestrado: escuchaba educadamente y aplaudía en los puntos adecuados. Destacaba entre los asistentes una señora mayor teñida de morena (algo que suele dar a las señoras mayores apariencia de tener más edad si cabe), que iba lanzándo piropos y claveles con entusiasmo feroz, interrumpiendo la arenga del ilustre invitado. Uno de los claveles fue a darle al ministro en plena cocorota y, en un sorprendente alarde de contención, éste se limito a parpadear levemente sin interrumpir su disertación, soportando estoicamente el fuego amigo de la jubilada.

Me llamó la atención que un visitante de su categoría se batiera el cobre pre-electoral en un lugar tan humilde, y más cuando me costaría imaginarme a compañeros de gabinete haciendo entonces un bolo similar en un lugar que no fuera un teatro de la ópera o un megapabellón deportivo de una de las principales capitales del estado; pero allá estaba él, en aquel lugar dejado de la mano de Dios: tal vez porque su carrera política se había forjado a base de muchos mítines en lugares similares, a fuerza de patear calles y echarle muchos kilómetros. También me resultó notable su derroche oratorio: su alocución superó la hora larga cuando habría quedado como un señor con poco más de quince minutos, y de paso habría eludido buena parte de la descarga artillera de Caryophyllaceae por parte de la abuela. Para ser sincera, creo que su argumentación no se hubiera resentido de durar, digamos, un poquitín menos.

Era un orador a la antigua, sin chuleta, recitando de memoria datos y números para dejar bien claro que en su opinión, la gestión del Gobierno era claramente positiva y merecía renovar la confianza del electorado cuando en breve plazo se colocaran las urnas, blah, blah… A nivel gestual, sorprendentemente, no caía en aspavientos, sólo de tanto en tanto hacía un gesto como si estuviera moldeando algo, tal vez dando forma a algún concepto recién expresado; otras colocaba las manos como si sostuviera algo a la vista del público: tal vez una urna o quizás la caja que contenía la mangosta imaginaria de Crowley. Agradecí que, al contrario que algunos de sus colegas, no aprovechara aquella asamblea para desempolvar demagógicamente el acento de pueblo o dejar por un día el traje para ir en mangas de camisa y con un pañuelo sustituyendo a la corbata: en vez de eso, vino el Gran Hombre hecho un pincel, que parecía mismamente el Don Draper de la Margen Izquierda. Nada de hablar a voces como un tertulianote o de sacar el repertorio de chistecitos de medio pelo a los que recurren algunos cuando consideran que quienes le escuchan tienen su capacidad cerebral gravemente disminuida.

Curiosamente, no se extendió en reivindicar su espinoso cometido ministerial, sino que su discurso se centró sobre todo a lo conseguido por el gobierno en el ámbito laboral, sanitario y educativo, reivindicando el incremento en la incorporación de las mujeres al trabajo y la universidad, tras lo cual me planteé si su gestión no hubiera sido más productiva de haberse dedicado a ámbitos más cercanos a lo que claramente era su verdadera vocación, pero en fin… Tal vez excediéndose un tanto en su enumeración de los logros gubernamentales, me dejó un tanto pasmada su entusiasta convicción de que habíamos superado en bienestar social a Suecia (cosa que dudaba entonces y aún dudo ahora[3]).

En tanto que leal contribuyente, me sorprendí asintiendo[4] a su defensa de los impuestos que hacían posible todo lo referido anteriormente y afirmó (aquí si) con un punto de chusquedad, y a manera de guiño a ese “espiritu cuñao” con el que, como político, siempre ha conectado de maravilla, que él estaba encantado de pagar muchos impuestos, porque pagar más impuestos, dijo, era señal de que se cobraba un buen sueldo; pensé, “¡Los Dioses te guarden la inocencia!”: si él pagaba religiosamente el IRPF y el IVA, dudo mucho que lo hicieran los grandes empresarios, banqueros y aristocráticas duquesas con los que se codeaba en esas cenas a las que asiste la gente de las altas esferas, más inclinados por tradición y catadura a jugar al escondite con el fisco en su calidad de miembros del club de fans de la Confederación Helvética.

Al acabar el mitin-que-no-era-un-mitin-porque-todavía-no-había-empezado-la-campaña-electoral pensé que ya tocaba volver a casa. No fue así ya que unos periodistas me dijeron que si quería ir con ellos al acto (con cena incluida) reservado a prensa y personalidades autorizadas. Tenían sitio en su coche y, tras un instante de duda, opté por acompañarlos, sospecho, por el mismo impulso idiota que hace que las moscas se den cabezazos contra el cristal, el primigenio instinto de meterse en berenjenales. Cuestiones tipo “¿Cómo me las apañaré para volver sin coche?", o “¡Rayos, por qué voy si no soy periodista!", me incomodaron el viaje, aunque no me atreví a confesar mi impostura a mis gentiles acompañantes.

Al llegar al hotel donde tendría lugar la cena con discurso de guarnición, una parte de mi me decía de dar media vuelta hacia la estación de renfe más cercana, y otra me impelía a entrar: Me sentía como un hobbit perdido en Mordor que acaba de encontrar un buen atajo a la Montaña del Destino. Mi lado timorato optó por apartarse un poco y esperar a que entrara el grueso de la prensa para no llamar la atención si no me dejaban pasar: por toda credencial sólo tenía el fax que le habían enviado a mi compañero y una tarjeta de mi empresa, y pensé que el dispositivo de seguridad, entrenado para hacer un placaje de rugby a cualquier intruso no autorizado, me pondría de patitas en la calle. A la hora de la verdad ni tan sólo me pidieron el DNI y me dejaron pasar tras una perezosa ojeada al fax: Una de dos, o yo tengo habilidades de damisela Jedi, o los chicos de seguridad eran bastante laxos en su cometido. Por suerte para ellos, mi intención más vil era picar alguna croqueta y no tenía otra cosa con la que disparar que no fuera mi réflex viejuna, con la que unos minutos después tomé la única foto medio decente de todo el carrete: en ella, el ilustre invitado mira en mi dirección con aspecto de estar ligeramente escamado, como si sospechara de mis pintas y mi poco profesional y vetusto equipo. 

En esta ocasión y hallándose más, por así decirlo, en familia, el insigne invitado replicó temáticamente y casi (ouch) en extensión su argumentario de la plaza dura. De pie en medio del comedor, nuestro protagonista hilaba su discurso con el gesto relajado de quien sabe que tiene al auditorio en el bolsillo, con esa seguridad que le daban varios lustros de experiencia política en los que había pasado del mitin semiclandestino con jersey raido de costuras reventadas, a la perorata con traje sastre en salas de convenciones de lujosos hoteles. Aquí cambió el anterior registro de sermón didáctico modulándolo a la circunstancia de su nuevo público, lleno de viejos conocidos a los que lanzó varios guiños de complicidad. Yo no tenía duda de que tendría rendidos a sus correligionarios, pero me sorprendió la buena sintonía de los representantes del cuarto poder, entre los que detecté algún que otro comentario por lo bajini de admiración ante su retórica, como cuando un torero hace un buen pase con el capote en la plaza (lo cual me hacía sentir, aún más si cabe, como una sioux infiltrada en el fuerte del séptimo de caballería). 

La mayor brevedad del discurso sin duda debía algo a la inminencia del ágape. Yo me hubiera dado por servida con un simple pica-pica de vernissage de centro cultural de barrio[5], pero los camareros nos sirvieron cosas como una especie de pata de elefante que mis compañeros de mesa identificaron como una pierna de cordero, de la cual mi mala conciencia de asistente clandestina me impedió dar cumplida cuenta. La abundancia de las raciones también me ayudó a comprender por qué es habitual en gente con cargos públicos la tendencia a engordar: por muchos libros que venda Michel Montignac, creo que es francamente complicado adelgazar en comidas de negocios. 

Las calorías fueron aquella noche el menor de mis problemas: estando como estaba allá donde Cristo perdió la alpargata (o lo que es lo mismo, allá donde se fué a morir George Sanders), resolví despedirme temprano para tener alguna opción de transporte público con la que regresar, de otra manera me arriesgaba a tener que volver en taxi (lo cual me resultaría prohibitivo), convertirme en calabaza o peor aún, acabar contagiada del cariño que la concurrencia sentía ante el augusto protagonista de la jornada y, ah no, eso si que no.

El caso es que salí del hotel para perderme entre las sombras de la noche y tal, que además al día siguiente me tocaba madrugar.

A modo de epílogo:
  • Mi jefe siguió oponiéndose a incluir la noticia del evento aún cuando mi compañero periodista le comentó al jefe que un colega (ejem) que asistió al acto le podía pasar documentación para elaborar un artículo sin compromiso. Cabezón de hombre.
  • En cuestión de pocos meses, y cuando todo apuntaba a que el Gran Hombre estaba destinado a ascender al Olimpo de los estadistas, éste pasó a mejor vida, políticamente hablando, a causa de uno de esos traspiés que sólo pueden saldar vía de la asunción de responsabilidades. No vi entonces salir en su defensa a ninguno de los que le agasajaron aquella noche. Fue justamente esa dramática pérdida del favor del público la que me conmovió: soy muy de llevar la contraria y además siempre me han inspirado ternura los pájaros que se caen del nido. (Si es que soy una blanda, coño).

Notas:

[1] : Si los contenidos de una modesta publicación local el contenido los marcan los intereses de los modestos anunciantes de la zona, imagínense que peso no tendrán los anunciantes en los grandes medios del pais.

[2] Hete aquí la tragedia del tramo bajo del Llobregat, una tierra fertilísima para el cultivo ahogada por masas ingentes de hormigón, por desidia de departamentos de planificación urbana y para beneficio de los especuladores del tocho.

[3] Incluso teniendo en cuenta que en Suecia han habido desde entonces algun que otro gobierno conservador, su Estado del Bienestar me sigue dando bastante envidia: No tendrán playa, sangría ni paella, pero ¡Diablos! ¡están planteándose reducir la jornada laboral de 8 a 6 horas!
He de reconocer que en otros aspectos, eso si, no se diferencian tanto de España.

[4] Si, fue un momento terrible, así como “Argh ¿Qué me ha pasado? No le he votado ni le votaré nunca y estoy de acuerdo en esto que acaba de decir”. 

[5] Como podría ser unas papatonas, unas olivicas y botellas de Xibeca.

Monday, February 16, 2015

Teníamos muchos culos pero…

… este año nos quedamos con este

Tuesday, January 13, 2015

Queso de bola

Hice bachillerato en un instituto de secundaria público. En el insti éramos gente variada: algunos iban a clase en moto y algunos íbamos andando. No vengo a decir que había diferencias de clase exageradas pero si que había quien tenía padres algo más afluentes que otros.

Recuerdo un compañero, S., no mal chaval pero tampoco excesivamente brillante. Su padre tenía un negocio de cristalería en el barrio que le iba bien, y las compañías de S. fuera de clase eran los típicos pijos de barrio con jersey de Privata (1). Una vez S. nos explicó, la mar de divertido, que él y sus amigos pijos iban a El Tajo Británico(2) a robar ropa de marca. No puedo responder por la reacción de todo el mundo ante esta gracieta, pero yo y algún que otro compañero encontrábamos poco presentable su acción, ya que una cosa es robar por necesidad y otra, teniendo dinero de sobras para comprar una prenda, hacerlo por "diversión".

Ya se que a los apolojetas del robo porque "otros roban más" les puede chocar que yo encuentre censurable un pequeño robo como ese. Entiendan que no tengo especial querencia por los grandes almacenes que los pijines escogían para sus traviesos safaris, pero el robar por deporte no me gusta, sea hacerlo por cantidad de un euro o por varios millones. Puedo excusar a quien lo hace por un caso de extrema necesidad, pero de no ser así, el hecho de que el mundo esté lleno de grandes chorizos no justifica eso: si robas, simplemente te unes a su club, aunque sea de manera porcentualmente ridícula.

Si piensas que estoy aquejada de pensamiento viejuno, te explicaré una historia que no tiene ni diez años: el hijo de unos amigos míos, entonces adolescente, fue de vacaciones a Holanda con un grupo de amigos. Una vez en Holanda, dos muchachos del grupo, a modo de bromazo, se propusieron guindar un queso de bola en un supermercado. Los pillaron. Acto seguido, pusieron a los maleantes amateurs de patitas en la frontera y con una ficha policial vinculada a su pasaporte que dificultaría futuras visitas al pais.

En honor a los padres de los chicos implicados, he de decir que, si bien a su parecer la expulsión de Holanda les pareció exagerada, entendieron que robar en un supermercado "por diversión" era sin duda una falta. Personalmente, yo creo que una multa hubiera sido más apropiada y más, teniendo en cuenta que era una primera vez. Vamos, que tambien a mi me pareció severa la expulsión del pais.

Pero luego pienso: Holanda es un lugar que desde hace mucho tiempo nos lleva la delantera en lo que a respeto por las libertades de refiere, podría empezar por los sefardíes que, tras ser expulsados de España, se establecieron allá hace siglos, y acabar con su tolerancia (pionera en Europa y el mundo) con el consumo de drogas. Que un pais que durante siglos ha acogido refugiados de todo el mundo y que está acostumbrado a un mayor régimen de libertades no tolere el robo de un queso por parte de unos guiris, da que pensar.

Pese a que el nivel de estado del bienestar holandés mejora al español, no sé si algún ciudadano holandés moderno se habrá visto en la necesidad de robar un queso de bola de una tienda, pero dudo que en su caso le expulsaran del pais: sospecho que la contundente ejemplaridad con los dos muchachos no era tanto un "prohibido robar" (que también) como "Turista: eres bienvenido como visitante, y estaremos encantados de que disfrutes de nuestro país siempre que ello no implique dar por saco a sus habitantes".

En fin, le estaba dando vueltas a estas cosas porque por un lado veo que nuestros empresarios de lo turístico ponen el grito en el cielo cuando se les cuestiona que hagan negocio potenciando un turismo gamberro y beodo en nuestras costas, y sin embargo, no veo que en otros paises tengan miedo a perder turistas cuando uno se pasa de la raya y le tienen que dar el toque: es lo que tiene diversificar la economía productiva.

En segundo lugar, sería interesante comparar los niveles de corrupción hispanos con los holandeses, y me pregunto que la diferencia entre unos y otros no vendrá marcada por la diferencia en el trato a los turistas que no tienen respeto a los nativos. Queda claro que en Holanda tienen claro su tradicional respeto a las libertades pero tambien tienen claro que hay líneas que no hay que sobrepasar, ni que seas un turista adolescente con unas relativamente inocentes ganas de cachondeito.

Ahí se lo dejo a nuestros bienamados empresarios de la Cosa Nostra Turística: hay paises que tienen turismo sin necesidad de bajarse los pantalones ni tolerar que el turista se mee encima de tus paisanos.

Nota:
(1) El jersey de la Marca Privata, era en los 80 el distintivo del pijo o peor, del pijo de barrio "quiero y no puedo" que sin duda era despreciado por los pijos pata negra de los barrios altos.
(2)No soy fan de estos grandes almacenes pero tampoco quiero hacerles publicidad

Wednesday, January 07, 2015

Sit down, you're rocking the boat?

Cuando cursaba EGB en un colegio de monjas de no muy agradable recuerdo, las alumnas teníamos una especie de red de lecturas clandestinas, entendiendo por ello revistas no aceptables a los ojos de las hermanas para la correcta formación de nuestras tiernas mentes infantiles o pre-adolescentes. Estas perniciosas lecturas solían ser devoradas en grupo y en algún rincón del patio alejado del control de monjas o maestras de guardia.

Yo solía detestar las más habituales (imagino por su caracter alienante y enmarujante), que eran el SuperPop y el Nuevo Vale (una versión junior de la revista Pronto). Yo solía traerme el Fotogramas (1), que en una ocasión en la que traía un reportaje sobre ídolos pop juveniles de la época y que las compañeras me dejaron destrozaíca, ante mi estupefacción ¿como era posible que les gustara más Pedro Marín que Frank Sinatra o Los Beatles? (Nací con gustos viejunos, lo confieso).

El caso, es que a veces se colaban otras revistas aún menos recomendables, pongamos Interviu y alguna que otra revista de adultos por el estilo. Recuerdo que en una de ellas leí una historieta de Wolinski sobre la evolución de la pornografía: empezaba con el fotógrafo solicitándole a la modelo que mostrara un pecho y en las siguientes viñetas, la modelo se iba desprendiendo de su ropa ante la exigencia del fotógrafo de que aquello era "lo que atraía a los lectores", llegando al punto de exigirle mostrar la parte interna de sus genitales. Al final, el fotógrafo concluía que habían llegado a un punto en el que "lo que en realidad va a atraer a los lectores es una imagen de un intelectual leyendo": viñeta del fotógrafo en pelotas sujetando la revista, con la modelo, ahora vestida, haciendo la foto.

También recuerdo una de las peores fotos a doble página que he visto en la vida, que aparecía en un Interviu que una compañera había traido y que mostraba el cadaver del conserje del edificio en el que se ubicaba la redacción de El Papus, tras la explosión de un artefacto enviado por unos terroristas ultras para vengar la afrenta que para ellos suponía la existencia de aquella revista satírica.

Portada de El Papus de los 70 perfectamente aplicable a nuestros días

Fue un atentado sin culpables, sin condenas, sin juicio, con un muerto y 17 heridos que nunca recibieron indemnización ni reconocimiento como víctimas del terrorismo. Dato curioso, el ministro de Interior en aquella época de modélica transición era Rodolfo Martin-Villa, un individuo que tras su retirada de la política ha conocido esa dolce vita de los altos despachos de grandes empresas (ese premio a la gente que sabe arrimarse a buen árbol). Me parece significativo que la única vez que a este tipo se le han pedido cuentas ha tenido que ser desde un juzgado argentino (aquí nunca hemos cuestionado que tras la muerte de Paquito todo el mundo se despertara, de un día para otro convertido en "demócrata de toda la vida", y así nos luce el pelo).


Haz el amor y no la guerra, mira que el slogan tiene años, y ni con esas

Sólo os recomendaré ver el reportaje El Papus. Anatomía de un atentado en este enlace: Me resultan curiosas las declaraciones de algunos personajes que dicen la mar de panchos que la revista, para ellos, era tan deleznable, que sin duda el atentado era un castigo merecido a tanto descaro jipicomunista, aunque ojo, se apresuran a añadir, que-conste-que-yo-no-tuve-nada-que-ver-eh.

En fin, ya me disculpareis por la perorata, pero hoy, y con intencion similar a los autores del atentado a El Papus, unos cabrones sin sentido del humor han asesinado a 12 personas, entre ellas Wolinsky y varios compañeros de redacción de Charlie Hebdo. Cantaba Stubby Kaye en Ellos y ellas que yendo en bote al Cielo, mejor no liarla para no volcar pero hoy, francamente, no estoy de humor para mantenerme en el asiento.
Notas: (1) Por aquel entonces de periodicidad semanal.
 
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