Thursday, June 05, 2014

Las puertas de Balawat

Imagen: M.chohan, Wikipedia Commons

Me pasó hace años en Londres, visitando el Museo Británico.

Entre dos enormes toros alados, me encontré delante de un inmenso portón con tiras decoradas en brillante bronce grabado, una reproducción de las puertas de Balawat. El cedro de la puerta era cálido: una se pensaría que podía traspasar la puerta y acceder al interior de un templo asirio.

A ambos lados de la puerta, dentro de unas vitrinas, se encontraban las bandas de cobre originales, los únicos restos de lo que fue en su momento el imponente portal. En aquellas bandas en gris verduzco, medio devoradas por el tiempo, se hallan representadas escenas en las que dioses y hombres cazaban, guerreaban y festejaban hace casi treinta siglos.

Me sentí por un momento ligeramente mareada, como si mis pies se trocaran en polvo: aquellos goznes habían sido traspasados por gente que se había desvanecido hace miles de años. Yo misma estaba viva en aquel momento y también estaba muerta ya, allá en el siglo L.

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Imagen: Wikipedia Commons

Me pasó hace años, en Montjuïch.

Era invierno y ya había anochecido: Yo, mis hermanas y mis padres bajábamos en coche en dirección la Recta de L'Estadi. Todo estaba oscuro salvo por alguna ocasional farola y las luces del 850. De repente, en una esquina, rodeado de tres personas que no parecían darle la menor importancia, vi un caballo blanco con alas. Las alas eran pequeñas, casi más propias de un putto que de Pegaso, pero se movían con naturalidad, con el gesto que tienen las grandes aves que acaban de aterrizar y se acomodan en su puesto: el corcel las movía como si fueran parte de su cuerpo y no un añadido carnavalesco.

Nadie en mi familia pareció notar o ver nada extraño, ni me lo han mencionado nunca ¿Acaso fui la única que lo vió y lo recuerda? El caso es que desde entonces siempre he creído en caballos alados y no pierdo la esperanza de volver a ver alguno, alguna otra noche, en una carretera oscura.

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Me pasó hace años, en una carretera nacional del Norte de Francia.

Viajaba con unas amigas desde Barcelona: íbamos hacia Inglaterra y nos habíamos puesto de acuerdo para compartir viaje y gastos de gasolina. Sólo una de nosotras tenía carnet y tras muchas horas al volante, ya de noche cerrada, paramos en el arcén para que ella pudiera descansar unas horas. Los campos de alrededor estaban cubiertos por una ligera neblina.

Yo ya había echado una cabezadita por la tarde, así que permanecí un rato despierta escrutando las tinieblas, en las que se alzaban, iluminadas a lo lejos, las dos columnas del Memorial de Vimy, erigido allá donde en 1917 se libró la batalla para tomar la cima del promontorio: muchos soldados canadienses y alemanes pasaron a ser parte de la geografía en aquella ocasión.

No ví ningún batallon fantasmal avanzando entre la bruma hacia el lugar donde antaño se hallaban las trincheras enemigas. De tanto en tanto pasaba por nuestro lado algún camión y el rugido de su motor se convertía en un rumor que más que alejarse en el horizonte, parecía ahuecarse y mutar en un aullido lejano, como si se adentrara en algún tunel invisible, que tal vez conduciera a algún otro lugar en el espacio y el tiempo. Con esta idea me quedé dormida un rato hasta que reanudamos el viaje en la madrugada.

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La Pioneer 10, aventurándose audazmente allá donde no ha llegado ningún humano (Imagen: nasa.gov)

Me pasó hace años en el pequeño piso de Pubilla Casas en el que vivía con mi familia.

Estaba en la cocina con mi madre y por la radio anunciaron que la sonda Pioneer 10, la primera nave espacial lanzada por la humanidad que había traspasado con éxito el cinturón de asteroides, nunca regresaría a la Tierra: Tras pasar cerca de Júpiter, proseguiría su camino hacia los confines del sistema solar y se perdería para siempre en el espacio.

La noticia estaba acompañada por una hipnótica pieza de música electrónica. Posiblemente mi memoria no es exacta, pero creo recordar que el locutor (¿o tal vez locutora?) mencionó que ese tema era una canción compuesta en honor a aquella nave. Recuerdo el tema como algo entre Laurie Spiegel y Delia Derbyshire… Nunca he vuelto a escuchar esa canción, así que a lo mejor no era de ninguna de ellas, podría ser que no fuera un tema compuesto expresamente para la Pioneer 10, o quizás esa música, tal como la recuerdo, no exista más allá de un tramposo rincón de mis neuronas.

Saber que la pobre Pioneer iba a vagar para siempre por el cosmos, lejos de su hogar, me llenó de congoja: tendría unos 6 años, me ponía en el lugar de la sonda espacial y me angustiaba la tremenda soledad a la que se enfrentaba a partir de entonces. Mi madre, mientras tanto, cocinaba indiferente a tan trágico destino. El 2003 nos llegó el último saludo de la heroica nave: A partir de ahí prosiguó en silencio su deriva sideral.

La Pioneer 10 llevaba una placa grabada a modo de saludo por si casualmente se encontraba con alguna civilización extraterrestre capaz de interpretar sus estilizados grafismos que sintiera curiosidad en conocer la procedencia del trasto. Las subsiguientes misiones Voyager llevaron consigo un disco con una selección de sonidos terrestres por si esos posibles aliens tenían la capacidad de percibir sonidos. En el hipotético momento en el que la placa o el disco encuentren una audiencia, es dudoso que sigamos existiendo como civilización: tal vez incluso nuestro planeta haya desaparecido engullido por el sol.

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Pues si, menudo cascarón para aventurarse por el Atlántico (Imagen: timedesign.de)

Me pasó hace años de paseo con mi padre por el puerto de Barcelona.

Subimos a la caravela Santa María, que, tontaca de mí, yo pensaba que era la auténtica y genuina con la que Colón se fué a América (en realidad, era una réplica hecha para la película Alba de América).

Mi padre pagó dos billetes y yo, muy inocente, creía que la caravela hacía viajes de Barcelona a América de la misma manera en que Las Golondrinas hacían trayectos hasta el Rompeolas. El caso es que andaba preocupada, porque el barco se movía mucho, las olas hacían crujir su madera y mi padre sólo llevaba en la mano la bolsa de deporte que usaba para hacer compras en la ciudad, que yo juzgaba insuficiente para un viaje de semejante envergadura.

Para acabarlo de empeorar, no íbamos con mi madre y, así entre nosotros, por mucho complejo de Electra que una pudiera tener a esa tierna edad, irme sola a América con mi padre me parecía que era pasarse de la raya. Fijaciones freudianas si, pero dentro de un orden.

El caso es que al bajar del barco me di cuenta de que no habíamos comprado un billete para ir a América, sino una entrada para visitar la Santa María ful: Yo que estaba convencida que por unas pocas pesetillas podías cruzar el charco. Jobar, que plancha.

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Estamos en el puntito claro en la banda amarillenta de la derecha: Hemos salido guapetes ¿eh?

Regreso al tema de las exploraciones espaciales para acabar: En el comité de científicos que creó la Placa de las Pioneer y la grabación sonora de las Voyager estaba Carl Sagan. Sagan, al ver la foto que la Voyager 1 tomó de nuestro planeta desde la nada desdeñable distancia de 6.000 millones de kilómetros, describió a nuestro planeta como un punto azul pálido en la inmensidad del espacio.

Como explica Sagan al encajar la historia de nuestro universo dentro del periodo de un año, la historia escrita de la humanidad solo és una pequeñísima parte del tiempo transcurrido desde el Big Bang. Dentro de ella, la parte que comprende nuestras recientes exploraciones del espacio es infinitesimal.



Mi madre, que estaba conmigo en la cocina cuando supe que la Pioneer estaba condenada a vagar por el espacio pa los restos, y mi padre, con quien creí estar a punto de irme a América, ya no están conmigo desde hace tiempo. Ahora, mientras acabo de editar el texto, me pellizco para cerciorarme de que sigo aquí: No sé si en el preciso momento que leas esto seguiré del otro lado de la red, a decir verdad, no puedo predecir lo que pasará en los próximos 15 segundos: Somos como el conejo blanco que corre de lado a lado porque no llega a tiempo.

Apreciado/a Lector/a, no deja de ser un pequeño milagro que nos encontremos aquí: Te saludo desde el punto espacio temporal en el que acabo de componer esta entrada, allá donde te encuentres, ya sea en los confines del espacio profundo o desde las puertas de Balawat (eso, claro, si tu navegador tiene un traductor a cuneiforme)

Alas, the lovely garden, placed high above the coast
Is built on crumbling rock. Landslides
Drag parts of it into the depths without warning. Seemingly
There is not much time left in which to complete it.

Bertolt Brecht

Coda:"Lu-ces que se encien-den en la in-men-si-dad"
 
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